Los suizos
quizá sean los ciudadanos del mundo que más reciclan. Es una de las ventajas de
vivir en un país pequeño, rico y muy civilizado. Sea como sea, van a ser
conocidos por algo más que sus bancos, su chocolate y sus relojes de cuco.
Ya en el año
2003, el 47% del total de los desechos urbanos era reciclado. Además,
reciclaban el 70% del papel, el 95% del vidrio, el 71% de las botellas de
plástico, el 90% de las latas de aluminio y el 75% de la hojalata. Esto se
consigue con dos medidas principales. Una, dando facilidades al ciudadano
ubicando contenedores repartidos por todas partes y, sobre todo, en zonas
transitadas, lugares por los que la gente pasa habitualmente, como los
supermercados. La otra medida, como no podía ser de otra forma, es apelar al
bolsillo. Quien tira basura en Suiza paga. En cambio, reciclar
sale gratis.
También las
empresas están comprometidas. Por ejemplo, Ferrocarriles Federales Suizos (FFS)
garantiza la limpieza en los trenes y, al mismo tiempo, una correcta separación
de los desechos contratando a cerca de 1.500 personas para limpiar los
vagones. Imaginad eso mismo en los países latinos y mediterráneos, donde,
en ocasiones, entrar en un vagón de metro o en un autobús no es muy diferente a
entrar en un vertedero. ¿No sería una buena forma de generar empleo, contratar
a “separadores de basura”, ahora que el desempleo no para de subir?
Además, la contaminación
del aire, del agua y de la tierra (y sus nefastos efectos sobre la salud y
sobre los alimentos) descendieron de forma significativa en los últimos años y
hoy en día existen unos niveles bastante aceptables.
Pero no sólo
pueden con su basura, también con la de los demás, que usan para producir
energía. Desde los años noventa del siglo pasado, Suiza importa residuos
del extranjero para eliminarlos. Su principal cliente son Alemania y, en menor
medida, Italia, Austria y Francia.
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